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Domingo | 22 de Diciembre 2013
El último pescador de Las Tablas de Daimiel vuelve a pescar un barbo comiza


 
 
Julio Escudero, el viejo pescador del Parque Nacional de Las Tablas de Daimiel, a sus 86 años, no pudo evitar emocionarse cuando entre sus trasmallos, hace apenas unos días, volvió a aparecer un barbo comizo, una especie de pez que llevaba décadas desaparecida del parque y que pudo volver a tener entre sus arrugadas manos.
 
Barbo Comiza - "Picarro"
Hacía más de treinta años que en Las Tablas de Daimiel no se pescaba esta especie piscícola, dado que el último ejemplar que salió entonces de las aguas de este espacio protegido lo sacó el propio Julio Escudero.
En una entrevista con Efe, aún recuerda cómo fue entonces, pero su memoria se detiene en el presente más cercano, en ese momento que vivió hace sólo unos días y que, para él, se convirtió en todo un emotivo acontecimiento.
 
El barquero de Las Tablas se reencontró con los recuerdos del pasado y con sus vivencias de años ligadas a un paraje natural, con el que toda su vida ha mantenido unos lazos inquebrantables.
 
Sacar de entre las redes el ejemplar de barbo comizo, que en otras épocas pasadas fue muy habitual en Las Tablas de Daimiel, revelaba que la ictofauna del parque nacional sigue su lento proceso de recuperación, como consecuencia de unos buenos años de bonanza hídrica.
 
Julio Escudero recordaba que habían pasado décadas desde que este pez no se había vuelto a ver en Las Tablas de Daimiel, adonde, aseguraba, con toda probabilidad ha llegado a través de los ríos que han vuelto a correr en los últimos años.
 
El longevo barquero, que sigue llamando al barbo comizo por su nombre vulgar de "picarro", asegura que muchas mañanas mantiene la costumbre de echar el trasmallo al agua para ver "cómo va la pesca" del parque, aunque, hace unos días, la sorpresa fue mayúscula cuando se encontró un "buen ejemplar de picarro".
 
No tardó mucho tiempo en devolverlo al agua, si bien no dudó en contemplarlo, para, después, recordar aquellas duras jornadas de pesca en las que el frío arreciaba y que resultaban las más favorables para la pesca de este pez.
 
"El picarro era un pez que siempre se encontraba metido en las cuevas del río, en las zonas más hondas, jamás salía de la madre del río", explica con todo lujo de detalles.
 
Y abunda: "cuando el otro día lo saqué, me costó no llorar, porque recuerdo como ganaba de comer con ellos; eran mi vida, sobre todo, cuando llegaba el invierno".
 
La gente a los que les vendía el viejo pescador apreciaban la carne de este pez porque "era riquísima. Ni el salmón se puede comparar con ella. Tenía un gran paladar, era un pescado muy fino que no dejaba indiferente a nadie", afirma con rotundidad.
 
Por eso, recuerda cómo se los encargaban sus clientes y cómo cada vez que volvía del río, le preguntaban por ellos, al ser un pez muy apreciado en las cocinas de los daimieleños.
 
Julio Escudero también rememora con añoranza otros momentos del pasado, como cuando con su mujer, Pascuala Rodríguez de Guzmán, su "rica", como él siempre la llamaba, se comieron juntos los últimos picarros que él pescó del Guadiana.
 
Aquel nostálgico día de comida en torno al calor de la hoguera en su modesta casa de pescadores es hoy su recuerdo más vivo, todo, gracias a un pez que hace unos días, sin pensarlo, apareció por sorpresa en su trasmallo
 


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